El Confidencial (Español)
Seguramente, solo las personas que padecen diabetes tipo 2 conocen a la protagonista de este artículo: la metformina, un medicamento antidiabético cuyo objetivo es reducir los niveles elevados de azúcar en sangre sin llegar a provocar una hipoglucemia. Dichas pastillas controlan también la cantidad de glucosa que absorbe el organismo de los alimentos y aquella que produce el hígado, favoreciendo su almacenamiento como glucógeno.
Sin embargo, a pesar de su propósito prioritario, son muchas las personas que recurren a la metformina para otros usos, como mejorar los problemas de esterilidad por ovarios poliquísticos, pues en algunos casos mejora la ovulación y la fertilidad; las enfermedades neoplásticas y la pérdida de peso. Una meta que ha provocado una gran controversia en el sector médico y científico. ¿Realmente sirve este fármaco para adelgazar?
Metformina y sobrepeso, ¿son compatibles?
Tal y como acabamos de ver, la metformina se utiliza especialmente para mantener estables los niveles de azúcar en sangre, sobre todo en aquellos pacientes que también tienen sobrepeso y que no han mejorado su estado a través de las pautas habituales, como una dieta sana y equilibrada y ejercicio físico diario. Entre los efectos que desencadena el consumo de metformina destacan la pérdida de apetito, el aumento de la betaoxidación de las grasas y la transformación del tejido graso en magro sin afectar al páncreas, entre otros.
Sin embargo, su auténtico «poder adelgazante» está vinculado a la insulina, una hormona que nace del páncreas y que es la responsable de hacernos sentir hambrientos, a través de las señales que envía al cerebro, y ordenar a los lipocitos la producción de grasas en la pared abdominal. Unas funciones que aumentan su potencia si el cuerpo segrega una gran cantidad de insulina, relacionándose así con el sobrepeso. Bajo esta premisa, la metformina puede mantener a raya esta sustancia, una acción que nosotros mismos debemos complementar con la eliminación de alimentos ricos en azúcar de nuestra dieta. Esto afecta a la bollería industrial o los refrescos, por ejemplo.
Aunque es un medicamento para la diabetes tipo 2, la metformina también provoca a veces la pérdida de apetito
Por lo tanto, se podría decir que, en algunos casos, la metformina sí que ayuda a bajar de peso, aunque no se trata de una respuesta que experimenten todas las personas que recurren a ella con este fin, pues depende del tipo de obesidad y la constitución física del individuo. Por ello, lo mejor es consultar antes a un profesional de la salud para evitar males indeseados, pues en realidad no es un medicamento que esté prescrito para perder peso. Además, tampoco es una solución a corto plazo, los resultados suelen notarse al cabo de uno o dos años, siempre y cuando vaya acompañado de una dieta saludable y ejercicio físico diario.
¿Y qué ocurre con el mantenimiento de ese nuevo peso? Un estudio reciente, publicado en «Annals of Internal Medicine», asegura que gracias al consumo de metformina también es posible, creando así un nuevo uso para la misma. En vez de emplearla para bajar de peso directamente, podríamos recurrir a ella para mantener el peso que hemos alcanzado a base de una dieta sana y equilibrada y ejercicio físico. «Tal vez las personas que necesitan perder peso por razones de salud pueden perder peso con una dieta baja en calorías durante un período de 3 meses y luego acudir a un médico de atención primaria y ponerse algo como metformina para ver si pueden sostener esa pérdida de peso Eso sería un uso práctico para eso», explica el Dr. Kishore M. Gadde, uno de los autores del trabajo, en una entrevista a un medio estadounidense.
Un problema al respecto es que muchos de los que se lanzan a la aventura no tienen en cuenta la dosis adecuada de metformina para el organismo, un aspecto fundamental para cuidar su salud. Lo normal es tomar una pastilla veinte o treinta minutos antes de cada comida, aunque recordamos que solo un médico puede determinar la cantidad diaria recomendada de dicha sustancia y que se trata de un medicamento pensado exclusivamente para los diabéticos. Teniendo esto en cuenta, ¿qué efectos secundarios puede provocar un consumo inadecuado de metformina?
Efectos secundarios de la metformina
Debido a que la metformina no está prescrita para adelgazar, su utilización para este propósito puede desentrañar numerosos riesgos. Entre ellos destaca la diarrea, que provoca igualmente esa pérdida de peso que muchos buscan con tanto ahínco. Vómitos, cansancio, dolor abdominal, fiebre, enrojecimiento de la piel, pérdida de energía o hinchazón son otros de los signos que pueden indicar que algo no va bien en el organismo.
Además, debéis visitar inmediatamente a un médico si experimentáis una respiración agitada, alteración del ritmo cardiaco, cansancio extremo, sarpullidos, dolor en el pecho y, sobre todo, acidosis láctica, una enfermedad cuyo riesgo aumenta con el consumo de metformina y que consiste en la incapacidad de los riñones de eliminar el exceso de ácido del cuerpo. Si esto ocurre, los niveles de acidez en los líquidos corporales, como la sangre, se incrementan; al igual que el pH.
Aunque cualquier persona está expuesta a estos síntomas, existen grupos de riesgo que deben evitar a toda costa esta sustancia. Hablamos de aquellas que padezcan problemas renales y cardiacos, los deportistas, los mayores de 80 años, las personas que consumen alcohol de forma habitual y las mujeres en estado de gestación o lactancia o quieran quedarse embarazadas.
Asimismo, se desaconseja encarecidamente si se sigue un tratamiento a base de betabloqueadores, medicamentos para el resfriado o el asma, morfina, niacina, esteroides orales, insulina o fármacos para el tratamiento de enfermedades mentales, entre otros muchos. De ahí la importancia de consultar antes con vuestro médico de cabecera.
En definitiva, lo mejor es no recurrir a la metformina para adelgazar, pues ha sido creada para una enfermedad concreta y utilizarla con otro fin puede generar graves problemas en el organismo. Para conseguir este propósito debéis seguir unos hábitos de vida saludables, una alimentación sana y equilibrada y hacer ejercicio físico diario. Así como acudir a un nutricionista en el caso de que os enfrentéis a ciertas dificultades durante el camino.